
Pasaba por ahí todas las mañanas, con las manos nerviosas ocultas en los bolsillos de su abrigo ya tan raído. La observaba en silencio, hasta olvidaba el hambre por momentos mientras le enviaba imágenes alegres, celos, sufrimientos.
Concentrábase en ese aire altanero, en esa distancia suya, en sus ojos perdidos a lo lejos. Nunca pudo desalentarlo su indiferencia, tampoco su distinción tan lejana a su propia miseria.
Ella tal vez en ocasiones sentía la calidez de su mirada; quizás hasta alguna vez quiso responderle, sonreírle a él en especial o derramar alguna lágrima. Pero hay tantas cosas prohibidas para un maniquí encerrado en una vidriera. Aún así, él sobrevivió todo ese tiempo gracias a ella.”
Diego Muñoz Valenzuela
En este texto se cuenta lo que piensa un maniquí con respecto a una mujer que pasa por delante de él todos los días. Escribid un relato cambiando el punto de vista: ¿Qué piensa la mujer del maniquí? ¿Quién era ella y adonde se dirigía todos los días?. Imagina que el maniquí sale del escaparate e inventa un final para esta historia.
De "Algunas propuestas didácticas para
desarrollar la escritura creativa"
Mª Isabel García Uría
EL MANIQUÍ
Sin émbargo, a ella le ocurre todo lo contrario, pasa muchas necesidades porque es una mendiga.Todos los días se dirige a buscar trabajo o a un albergue para comer.
Al doblar la esquina se encontró con el maniquí, había cobrado vida. Ella se puso muy contenta y al verse, los dos se abrazaron.
Al poco tiempo los dos se casaron y vivieron muy felices.
MI MANIQUÍ
Vivo en una gran ciudad, en una conocidísima calle de la misma. Muchas veces me arrepiento de la decisión que tomé hace algunos años. ¿Por qué? Es fácil contestar. Por mi calle pasan muchas de las manifestaciones a favor o en contra de algo. Contra el aborto o a favor de él, contra el nuevo plan de pensiones, para celebrar el ocho de marzo, incluso el primer viernes de ese mes tenemos las interminables colas para visitar al Cristo de Medinaceli. Por supuesto hablo de la calle Atocha en Madrid.
Pero cuando se me pasa el cabreo porque cortan el acceso a las calles adyacentes o, porque es un hervidero de gente, reconozco que no podría vivir en otro lugar. En mi calle y en mi barrio se confunde lo novedoso con lo clásico, la reivindicación con el pasotismo, la cultura de los museos, con la cultura de la calle. Sobre todo es una zona con una gran mezcla de gentes venidas de todos los lugares imaginables y esto es enriquecedor.
Por lo tanto he de reconocer que cuando me queda tiempo, me gusta pasear por sus innumerables recovecos.
En uno de esos paseos he descubierto que han abierto unos nuevos almacenes. Tiene enormes escaparates y me ha llamado la atención un grupo de maniquíes que han colocado. Parecen personas de verdad. Hay un niño como de unos cinco años y he tenido que acercarme para comprobar que no era humano.
Regreso a casa despacio, intentando saborear cada minuto de este agradable paseo, pero algo interrumpe de vez en cuando mis pensamientos, algo me incomoda.
He vuelto sobre mis pasos y allí está. Es un maniquí de unos cincuenta y dos años. Representa a un hombre atractivo, con ropa informal pero con estilo. ¡Madre mía, hombres así no existen!
Al volver a casa sigo pensando en el apuesto maniquí tanto, que he llamado a una amiga y se lo he contado. Ella se ha reído de mí hasta dolerle la mandíbula y me ha dicho " llevas demasiado tiempo so-la”. Tal vez tenga razón, pero al día siguiente estaba deseando terminar de trabajar para ir a visitar a " mi maniquí”.
Ahí sigue, lo más sugerente de él es su porte, su actitud de indiferencia y de saberse observado.
Creo que me lo quiero llevar a casa, así que trazo un plan.
Pasados dos días, me he presentado en los almacenes, ¡ah, me dedico a la publicidad!, he hablado con el jefe de planta, que a su vez ha hablado con no sé quién, para que me prestaran "ese maniquí". El motivo, incluirlo en un anuncio que tengo en mente. Después de algún tira y afloja he conseguido mi objetivo. Así que sin perder un minuto, he ido a por él en la furgoneta de Lurdes (esa amiga a la que llamé para hablarle de... y se rió de mí) y por supuesto me ha acompañado recordándome todo el camino que estoy loca.
Bueno ya está en casa. ¿ Y ahora qué ?. Lo he sentado en el sofá, me he acurrucado junto a él. Joder que duro es. Lo he semidesnudado, bueno de momento nada de nada. Luego lo he desnudado del todo, ¡pero si ni siquiera tiene...! Menuda bajada de la libido. Acaba de romperse toda mi atracción hacia él.
Lo peor es que acabo de darme cuenta de lo ridículo de la situación, además se me cae la cara de vergüenza al pensar que debo devolver este maniquí a su escaparate. Y para colmo de los males Lurdes me ha dicho que no piensa acompañarme ni prestarme su furgoneta.
Todos los días desde hace dos años, pasó por una boutique, me paró para observar como está decorado su escaparate y la ropa que tiene puesta.
Hay dos maniquíes. Uno es un hombre siempre vestido muy elegante, con una peluca rubia y ojos azules y el otro es el de una mujer morena, esbelta y ojos oscuros, vestida a la última moda siempre.
Y últimamente me he preguntado al verlos:
-¿Las cosas y las historias que podrían contar si tomarán vida? Porque habrán visto pasar a toda clases de personas.
Niños mirándolos, tocándoles por los cristales y haciéndoles burlas, jóvenes y menos jóvenes. Unos diciendo lo bonitos que son los trajes con los que van vestidos y otros que son muy caros y no pueden comprárselos, aunque les encantarían hacerlo.
Pero cuál fue mi sorpresa al pasar hoy por ese mismo escaparate y ver a los dos maniquíes desnudos y retirándolos del escaparate. Me ha dado mucha pena y tristeza, pues era algo a lo que ya estaba acostumbrada a ver todos los días.
Pero la boutique la van a cerrar por culpa de esta maldita crisis.
Desde la ventana de mi dormitorio, recién levantada, observaba ansiosa aquel personaje un tanto estrafalario. Llamaba la atención por su porte snob y diferente a los demás transeúntes, de su mano pendía un maletín de piel que debía haberle costado muy caro.
Caminaba con diligencia todas las mañanas cuando mi ciudad casi no había despertado, siempre a la misma hora, transmitiendo seguridad, parecía controlarlo todo, hasta casi el tiempo.
En su rutina solía detenerse durante unos segundos frente al polvoriento escaparate de una de esas tiendas de barrio que parecen llevar allí desde hace una vida, con su viejo mostrador de madera, su decoración obsoleta, pasada de moda, igual que sus artículos, dependientes y compradores.
Parecía mostrar mucho interés por uno de los maniquíes que prestaban su servicio en aquel comercio; aquel muñeco descolorido, desconchado, falto de uno de sus apéndices y encorsetado por un anticuado traje azul marino, con su camisita y corbata a desjuego.
Pude conocer, por María, " cotilla " de aquella acera, la noticia que corrió como polvorilla entre los convecinos, que aquel mi apuesto y flamante hombrecito se trataba de un famoso diseñador de moda, de esos , como ella se jactaba decir, que salían por la tele y exponían sus modelos sobre las pasarelas más importantes de nuestro país y del extranjero.
Al parecer fue su progenitor quién esculpió ese maltrecho maniquí dándole vida entre sus maduras manos y él en su nostalgia por recuperar el pasado, mandó restaurarlo y darle un aire nuevo más acorde con el conjunto de las salas y modelos de las colecciones que debería exhibir.
Más la historia de este diseñador como recogieron los medios de comunicación de todo el país no terminó del todo bien; cuentan que perdió la cordura escuchando los lamentos y sollozos de su maniquí al que veía, contaba a sus conocidos, errar día y noche implorándole que lo devolviera al lugar del que nunca hubiera debido haber salido.
Lo encontraron muerto sobre la cama de su lujoso dormitorio apenas contaba 30 años, al parecer de una sobredosis. Nunca se supo cómo ni quién devolvió al maniquí de su desgracia al escaparate que lo vio envejecer.
Ella era una vendedora de lotería y todos los días pasaba por allí, pues cerca se encontraba su kiosco de la Once.
Estaba en un escaparate de unos almacenes ya muy viejo, por supuesto era un maniquí. La mujer pensaba que estaría muy solo, aburrido por estar siempre en el mismo sitio y que no tendría a nadie. Sentía mucha pena por él.
Cada vez que pasaba se quedaba mirando el escaparate, algunas veces fijamente y otras de reojo para que él no se diera cuenta.
Transcurrían el tiempo y cada vez pasaba más tiempo frente al escaparate, sin duda se había enamorado del maniquí. Se llegó a obsesionar de tal manera, que enfermó.
Transcurrieron varias semanas hasta que de nuevo volvió a pasar por allí. ¡Oh! ¡que desilusión!, ya no estaba. Habían quitado a su amor del escaparate, el maniquí.
Fue tanta la pena que le produjo que enfermó gravemente y murió de amor.
Para que vean que de amor, también se muere...
Llevaba mucho tiempo atravesando aquella calle porque mi trabajo estaba cerca de allí, en unos bloques de oficina. Yo era una de tantas secretarias que allí se ganaba la vida.
En una de las tiendas de esta calle había un escaparate que me llamaba la atención. Había un maniquí que aunque era de plástico, parecía tan natural que a veces sentía que me observaba.
Siempre que pasaba le miraba aunque fuera unos instantes. Cada cierto tiempo, cambiaba de trajes. A veces iba con traje chaqueta, otras de sport, con ropa de invierno, de verano... La cuestión es que su caballerosidad y planta se veía a 100 leguas. Me fascinaba mirarlo, parecía que me guiñaba al pasar.
Pasó el tiempo y una noche de Navidad los compañeros decidieron hacer una fiesta en la oficina, yo decidí ir. Al pasar por el escaparate observé que lo habían vestido de Papa Noel y la verdad es que me hizo gracia...
La fiesta se prolongó hasta altas horas de la madrugada y como era tarde decidí marcharme, pues el hecho de no encontrar a nadie que fuera en mi misma dirección, me preocupaba un poco. Cuando atravesaba dicha calle me asaltaron dos enmascarados que me pidieron el bolso, con mucho miedo se lo di y les dije que no me hicieran nada. De pronto vi a un Papa Noel que les hizo frente y me defendió de los atracadores.
Por unos instantes miré hacia el escaparate y cuál fue mi sorpresa al observar que el maniquí que se hallaba allí había desaparecido.
Los enmascarados salieron corriendo y dirigiéndose hacia mí, el Papa Noel me dio el bolso y me preguntó si me habían hecho daño. Respondí que gracias a él todo había sido un mal susto.
Me acompañó hasta mi casa y le di las gracias. Le dije que a ver si nos veíamos algún día para tomar un café y agradecerle su ayuda. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que ya nos conocíamos y que mi mirada le daba un soplo de vida. Al girarme después de abrir la puerta de mi casa y darle de nuevo las gracias, vi que el Papa Noel no estaba, miré hacia un lado y otro y no vi a nadie.
A la mañana siguiente al pasar de nuevo por esta calle, observé que el maniquí vestido de Papa Noel estaba allí.
Después de lo ocurrido, deduje que me habría emborrachado algo más de la cuenta y habría tenido alguna alucinación con dicho Papa Noel, pero fuera lo que fuera yo sé que había sido él pues al pasar me guiñó un ojo y sonrió. Me paré y con una gran sonrisa le di de nuevo las gracias.
Nunca me habían gustado los maniquís, tan inexpresivos, tan ausentes. Sin embargo, todas las mañanas me paraba delante de ese escaparate como arrastrada por una extraña fuerza que me atraía y me obligaba a mirar a hurtadillas, la figura altiva e inmóvil del maniquí. De los escaparates, más que los artículos que en ellos se exponían, siempre me había gustado ver mi figura reflejada en los cristales. En casa no tenía espejos de cuerpo entero, así que aprovechaba mis paseos por las tiendas para poder mirar el aspecto que llevaba.
Desde hacía algún tiempo, la figura del maniquí me obsesionaba, creía que había algo en él que lo hacía diferente a los demás. Me puse manos a la obra. Saqué la vieja cámara de fotos y fotografié decenas y decenas de maniquíes. Tuve que dejar pronto esta repentina afición, pues resultaba muy difícil encontrar carretes para mi antigua y obsoleta cámara.
Decidí revelar los carretes en casa, pues tenía un pequeño cuarto donde todavía conservaba una ampliadora de las de antes y algunos botes de líquidos propios para la ocasión. Imaginé, por un momento la cara de Manolo, el de la tienda de fotos, pensaría que se me había ido la pinza… fotos de maniquíes.
Después de intensas horas de revelado, nada. Todos eran iguales, los mismos rasgos, la misma mirada perdida, la palidez de su cara, nada de nada. Opté por olvidarme del tema y cambiar mi ruta de paseo.
Meses después, recibí una llamada de mi amiga Lucía. Estaba en Madrid, de turismo urbanita. Quedamos para tomar café. Lucía estaba como siempre, dicharachera, habladora pero algo en sus gestos y en su mirada me hizo dudar de su buen ánimo. Cómo nos conocíamos desde hacía muchos años y habíamos compartido siempre casi todo lo que nos pasaba, le pregunté directamente.
- Lucía, estás rara. ¿Algo que contar?
- Violeta, pensarás que estoy loca.
- Bueno, eso no es nada nuevo…
- Que no, Violeta, que me están pasando cosas extrañas. No te rías, estoy obsesionada con un maniquí, tanto que creo verlo en todas partes. Ahora mismo, está aquí. Nos separan dos mesas. Mira con disimulo, por favor- susurró Lucía.
Me quedé petrificada. Era él.
Todos los días caminando hacia el trabajo, me paraba a ver el escaparate. Me llamaba la atención aquel maniquí que todas las semanas cambiaba de vestuario. Era elegante y de piel morena, pero sus ojos tenían un punto invisible, mirada perdida y desconectada del mundo. Un mundo que gira a su alrededor, sin conocer los colores de la vida, ajeno al tiempo mientras una variedad de vestuario cubre su cuerpo. Pobre maniquí, sin sonrisa y sin muecas, como si su alma estuviera muerta.
Me imaginaba al maniquí fuera de escaparate, con ese porte tan guapo... seguro que sería feliz ¿o no? Estaría casado o sería modelo o un pobre diablo.
Extraño maniquí que nunca puedo dejar de mirar.
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