
Bueno, vamos a ser un poco atrevidas porque el ejercicio de hoy consiste en escribir un relato erótico en el que tengan cabida las siguientes palabras:
redoble, jaleo, mugido, martilleo, rasgadura, cascabeleo, estrépito.
Cuando la temperatura sube, nos sobra hasta la ropa...
Todo era alegría y alborozo en el pequeño pueblo. Se celebraba la fiesta de la Patrona y todo el mundo se había echado a la calle. La algarabía se respiraba por todas partes. La chiquillada jugaba en la calle con estrépito.
Juan y Lola hacía tiempo que habían decidido marcharse a la capital en busca de un trabajo digno, allí la juventud no tenía futuro y la población envejecía de forma preocupante, pronto terminaría convirtiéndose en uno de esos pueblecitos fantasmas que se derruye poco a poco, las rasgaduras de la vejez dejaban inevitablemente sus huellas sobre él.
A los dos les encantaba volver a sus raíces en cuanto reunían unos días de vacaciones y helos ahí bailando apretujadamente un pasodoble en la verbena situada en la plaza desde donde se podía escuchar el redoble de las campanas.
Hacía mucho calor, Juan y Lola se dejaron embriagar por el alcohol y los acordes que llegaban hasta sus oídos. Ella inició un sensual baile que terminó por excitar a su pareja. Sus voluminosas curvas, iban y venían rozando apenas el sudoroso y candente cuerpo de Juan, cuyo deseo de tenerla en sus brazos y penetrarla hasta lo más profundo de su ser, iba en aumento.
Él la agarró bruscamente de la mano y la arrastró fuera de aquel jaleo ensordecedor, el aire fresco de la noche les sentaría bien, decidieron dar un paseo y entrelazados el uno con el otro y entre besos y calientes caricias llegaron sin apenas darse cuenta hasta el establo situado a las afueras del pueblo.
Instintivamente, y dejándose llevar por sus impulsos entraron dentro y de manera precipitada se dejaron caer como animales sobre el heno que recubría la estancia. Juan se posicionó sobre ella mientras se deshacía del ligero vestido que la cubría, sus turgentes senos se dejaron ver y Juan los agarró con fuerza mientras los besaba. Ella en un intento desesperado buscaba sus labios, recorría con sus suaves manos todos los rincones del cuerpo de su amado mientras le susurraba al oído que la hiciera suya.
Sus movimientos eran rítmicos y acompasados, sus cuerpos subían y bajaban sudorosos, sus labios susurraban mugidos de placer, ambos gemían con estrépito, el placer desbordaba sus sentidos.
Ella fue la primera en despertarse satisfecha, envuelta en sopor. El suave y afrodisiaco cascabeleo de la pulsera que él le había regalado por su cumpleaños, devolvió a su amante a la realidad que aunque exhausto reinició el juego amoroso que su pareja le reclamó solícita. Hasta altas horas de la madrugada el pequeño establo fue testigo silencioso de la pasión desaforada de los dos jóvenes amantes.
Ana
Hacía bastante calor, era una tarde de agosto. Habíamos quedado en aquel hotel en la misma habitación, como cada jueves.
Yo esperaba ansiosa echada sobre la cama semidesnuda con un minúsculo camisón que dejaba entre ver mis encantos que tanto le ponían.
Mientras venía, me entretenía viendo la tele. Emitían unas imágenes de la feria de algún pueblo, era de ganado y se escuchaba el mugido de vacas y el redoble de tambores.
Con tanto jaleo ya me estaba poniendo nerviosa y decidí apagar el receptor.
El aire acondicionado al parecer no funcionaba y yo me moría de calor, opté por tomar algo frío.
De pronto llego sin estrépito, pero yo ya sabía que estaba allí por el cascabeleo de sus llaves al sacarlas de algún bolsillo.
Fingí no haberle oído y me desabroche el camisón. Se acercó sigilosamente por detrás y comenzó besándome el cuello y de un tirón hizo una rasgadura en mi ropa interior.
Me tumbó en el suelo, se abalanzó sobre mí, apretó con fuerzas mis pechos.
El estaba frenético, yo creí enloquecer de placer cuando por fin me penetró.
A la mañana siguiente, nos despertó un martilleo en la puerta...
Pepa
Llevaba algún tiempo posando para Carlos, este quería ser un buen pintor pero su familia algo acomodada le exigía que fuera abogado como sus antecesores. Estudió la carrera pero en su cabeza seguía martilleando la idea de ser pintor por lo que decidió coger un tiempo para ver si tenía cabida en este mundo.
Un día en el que estaba pintándome, me propuso pedir algo de cena pues era bastante tarde y empezaba a llover pues se había escuchado un estrépito trueno. La noche se veía algo negra; yo acepté, no había nadie que me esperara y cenar en compañía una noche así sería grata.
Empezamos a cenar, a beber y a charlar de nuestras vidas. Empecé a conocer a Carlos, pues se veía una persona sincera, luchadora... en fin me estaba gustando su compañía y parecía que a él la mía también.
Se escuchó un redoble de campanas dando la media noche, al mismo tiempo que un jaleo en la calle, mugidos y cascabeleo de voces que parecía dar la gente. Carlos exclamó:
- ¡ habrá ganado el mundial la selección española !.
- Seguro que ¡sí!, repliqué yo.
Carlos me besó y no supe que decir.
- ¡Hay que festejarlo! y me siguió besando y yo seguí su juego pues me di cuenta que estábamos enamorados y que mejor forma de manifestarlo.
Rompimos todas las rasgaduras que nos oprimían y nos dejamos llevar por nuestros sentimientos.
Empezó a besarme en las mejillas y acariciarme con ternura, yo me deje llevar y él poco a poco me fue desnudando. Yo correspondí a sus deseos e hicimos el amor sobre un diván. Nuestros cuerpos se fundieron durante toda la noche, viviendo en un paraíso de placer.
Charo
Eran las fiestas de mi pueblo y mi pareja y yo decidimos ir a dar una vuelta. Salimos a la calle y se escuchaban los redobles de los tambores de la orquesta municipal que estaba pasando en ese momento.
Nos encontramos a varios amigos y nos fuimos a comer y beber algo. Pero nos liamos y al final acabamos yendo de bar en bar. Yo estaba ya cansada después de estar tantas horas de acá para allá y en mi cabeza tenía como un martilleo de tanto jaleo como había. Le dije a mi pareja que nos volviéramos a casa.
Cuando llegamos decidí darme un baño para relajarme y refrescarme de tanta calor como hacía. Salí del baño y sólo me puse las braguitas. Al llegar al dormitorio mi pareja estaba esperándome desnudo. Me cogió de la cintura y empezó a darme besos detrás de la oreja , por el cuello, etc... Estábamos bastantes excitados los dos. Él entonces me desgarró las braguitas e hicimos el amor.
En el silencio de nuestro dormitorio solo se oía el jadeo de los dos y los mugidos de él y el cascabeleo de mi pulsera con el movimiento.
Acabamos rendidos y nos dormimos abrazados. Hasta que un estrepitoso ruido nos hizo despertarnos alterados, miramos por la ventana y resultaron ser los fuegos artificiales que daban por terminadas las fiestas.
Paqui
Llegué a casa algo cansada, pero muy animada. Por fin era viernes. Nada más entrar me di cuenta, olí su fragancia. Atravesé el salón canturreando, y encendí la radio. Al escuchar un redoble de tambores, cambié la emisora y sintonicé algo más sugerente, sonaba Rosana. La sala estaba medio en penumbra, así la dejo cuando aprieta el calor. Comencé a desnudarme poco a poco. Sabía que me estaba observando. Primero pulseras y collares, que al caer por el pasillo produjeron un agradable cascabeleo sobre el suelo.
Después me quité los zapatos y caminé descalza hacia el dormitorio. Fui bajándome la cremallera del pantalón tranquilamente, como quien se sabe espiada, a la vez que caía, yo acariciaba mis piernas, mis ingles..., me desabroché la blusa pausadamente. Mis pezones estaban firmes tras el sujetador y decidí rozarlos suavemente, notaba como nos subía la temperatura. Medio desnuda me acerqué al cuarto de baño y abrí el grifo del lavabo, me eché un poco de agua fresca en el cuello. Aún era pronto.
Como si de un martilleo se tratara, oí unos pequeños golpecitos. Estaba ahí, mirándome, dejándome hacer. Y yo ya lo sabía.
Me duché. Cubrí mi cuerpo con una suave bata de seda roja que caía por mi piel como besándola. Me tumbé en la cama y comencé a acariciar mis pechos. Lo necesitaba cerca, podía oír su respiración cada vez más jadeante. Apareció sin estrépito, conteniéndose. Colocó sus manos expertas, entre la bata y mi cuerpo y comenzó a susurrarme al oído como se sentía. Estaba excitado y yo también. Hizo una rasgadura en la bata y continuó nuestro juego. Me sentía cada vez más caliente. Sabe perfectamente lo que me hace ponerme a cien. Del que no nos oigan, pasamos a un tímido jaleo y terminamos como locos extasiados y gritando de placer.
Cansados, sudorosos y felices nos dejamos caer sobre la cama. En ese momento, sonó un mugido en la radio que nos hizo reír y retozar entre las sabanas como si en medio del campo nos encontrásemos.
Mercedes
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