Incluir en una reunión de amigos y amigas a un personaje extranjero. Contar las peripecias que pasa el grupo para poder comunicarse con esta persona, teniendo en cuenta que no conoce nuestro idioma y nosotros tampoco el suyo.
Ya estábamos todos allí, habíamos quedado un sábado por la noche para despedir el Curso, todos arreglados y emperifollados. Bueno, todos, todos, no, faltaba Charo, algo raro dada su puntualidad.
De pronto se dejó caer, pero no llegó sola, la acompañaba un muchachito de ojos rasgados, por lo visto amigo de su hijo que se había empeñado en acompañarla para conocer la noche linense y que no entendía ni papa de español.
Ahí empezaron los problemas, quién coño le explicaba el menú de la carta, a la hora de empezar a pedir, a rebosar con toda clase de tapitas, montaditos, sardinitas al espeto, a la moruna, recetas típicamente españolas y en español.
Tras unos segundos de desconcierto, risotadas y cachondeito a cuenta de aquello, la lengua se nos trabó, viajamos al lejano Oeste y comenzamos a hablar el lenguaje "indio", pensando que el "tu comer", "tú beber", "a ti gustar”, “tú probar”, sería más comprensible para el pobre chiquillo como si un dialecto del idioma chino se tratase.
Pero nada, hijo, que no había manera de entenderse, así que pasamos al arregladito y socorrido lenguaje de gestos, esas manos… ¡qué parecía que estuviésemos bailando sevillanas! Esas gesticulantes y expresivas caras, esos cuerpos contorneándose imitando acciones que nuestro extranjero no atinaba a entender y mira que le poníamos “age”. Yo creo que en esos momentos ninguno hubiera dudado en matricularse en uno de de esos cursos on line para aprender el idioma mandarín.
La gente nos miraba partiéndose el culo y ¡ qué bajío! con la de chinos que comparten nuestra ciudad y ninguno por allí para que nos hubiera servido de traductor.
Así que Chu Lí ,que era como se llamaba nuestro visitante, tuvo que conformarse con probar las tapitas de los demás y sonreír agradecido porque como todos pudimos saber después había disfrutado de lo lindo aun sin comprender ni jota de lo que decíamos.
Ana
Estábamos de vacaciones en Valencia con mis hijos y sus respectivas parejas, tomando unas cañitas y unas tapas mientras esperábamos una paella que habíamos encargado en un chiringuito de la playa, cuando se acercó un chico de color que vendía algunas cosas: pareos, relojes, CD, vestidos etc. El pobre parecía una tienda ambulante.
Se dirigió a mí para venderme un pareo, pero el pobre no sabía cómo hacerlo. Cuando empecé a hablarle no entendía lo que yo decía pero yo a él, tampoco lo entendía.
Me mostraba el pareo y yo le decía que ya tenía, pero se lo probó para que viera lo bien que quedaba, pero yo con la cabeza le decía que no. Él seguía enseñándome más cosas. Yo le decía que el vestido que llevaba si me gustaba pero que yo tenía una 46 de talla y que los que llevaba no me quedaban bien. El pobre tenía afán por vender y se probó uno, yo le seguía diciendo que era pequeño para mí. Insistía y tuve que probármelo para que me viera, pues me quedaba chico. Mi marido intervino y creía que quería un reloj pero mi marido le decía que no que ya tenía uno, pero como se baño en la playa, se lo había quitado y lo metió en el bolso. Llo sacó y se lo enseñó para que viera que ya tenía uno.
Mi hijo mientras había cogido un CD y lo estaba mirando. Él que pensó que se lo iba a quitar y empezó a hablar en no sé qué idioma. Mi hijo lo calmó y lo sentó con nosotros y empezó a hablarle en inglés. El chico fue respondiendo poco a poco.
El pobre no nos entendía ya que nosotros los andaluces hablamos muy deprisa y nos comemos muchas palabras. Llevaba poco tiempo en España y llegó en una patera hasta Valencia y allí tienen otra lengua que él entendía un poco.
La cuestión es que poco a poco nos fuimos entendiendo y le hicimos participa en nuestra reunión, le ofrecimos comer con nosotros a lo que gustosamente aceptó.
Cuando nos marchamos, nos dio las gracias y como no, me regaló el pareo que al principio me ofreció. Yo se lo quise pagar pero no aceptó, su sonrisa lo decía todo.
Chari
Mi hermana tiene unos vecinos al lado de su casa que todos los años cuando llega Junio vienen de vacaciones a La Línea hasta Septiembre. Somos muy amigos de ellos y nos reunimos mucho. Hablamos de las costumbres de Londres y las comparamos con las de España.
Pero el año pasado nos reunimos en el cumpleaños de mi sobrina toda mi familia en casa de mi hermana y vinieron esos vecinos de mi hermana que son matrimonio. Trajeron a un sobrino de unos 34 años y lo presentaron a todos, pero nuestra sorpresa fue que no hablaba nada de español. Cada vez que le decíamos si quería comer algo determinado, lo hacíamos por mímica. Los jóvenes se lo pasaron chupi con los más mayores, porque había que ver a la suegra de mi hermana comunicándose con ese chico. Le hacía muchas monigotas o le hablaba como si fuera indio, ejemplo: tu comer o tu beber coca cola y se ponía la mano en la boca como si fuese un vaso y ella bebía. Lo mejor de todo es que lo decía en voz alta, como si en vez de inglés, el muchacho fuese sordo. Él se reía y no entendía nada.
Al final sus parientes fueron los que tuvieron que comunicarle todo lo que hablábamos o le preguntábamos. No sé si este año vendrá de nuevo, espero que sí, porque lo pasamos muy bien con él.
Paqui
Se acercaban los carnavales y habíamos quedado en la casa de Teresa para decidir de qué nos íbamos a disfrazar este año. Al llegar nos presentó a una amiga finlandesa que había venido a pasar unos días con ella. Era una mujer alta, rubia, de ojos azules y un poco seria. Fuimos apareciendo por tandas, Anna la chica finlandesa parecía atónita, creo que no entendía cómo invadíamos la casa de su amiga de esa forma tan estrepitosa. Ella sólo hablaba finés, menos mal que estaba Teresa que hacía de traductora. Empezaron a surgir ideas; de marcianos, de equilibristas, de animales... a la vez que proponíamos un nuevo disfraz todos y todas intentábamos hacérselo comprender a Anna a base de mímica, de medias palabras en inglés, y con gritos, con muchos gritos. Teresa nos pidió calma, pues Anna empezaba a ponerse un poco nerviosa. Nos disculpamos de la mejor manera que supimos, pues con nuestra algarabía se nos había ido un poco la olla. Pero ya se sabe lo mejor del carnaval son los preparativos.
En un momento de la noche Teresa se tuvo que marchar pues habían ingresado a su abuela, no era grave pero ella quería ir a verla. Le dijimos que no se preocupara que nosotros llevaríamos a Anna a coger el tren, pues al día siguiente iba a Córdoba. Y así lo hicimos, llevamos a la chica al tren con la nota del disfraz elegido, pues ella volvería justo la noche de carnaval.
Y llegó el día esperado nos reunimos de nuevo en casa de Teresa, tan sólo faltaban Julio y Anna sonó el timbre y escuchamos unas escandalosas risas, nos acercamos a la puerta y lo entendimos. Todos nos habíamos disfrazado de setas y Anna había aparecido de "teta", la traducción no fue la correcta. Después de casi morir de la risa, nos dimos cuenta que ella lo estaba pasando regular, así que transformamos la teta gigante de goma espuma en una divertida seta. Pero cada vez que nos imaginábamos a esa gran finlandesa disfrazada de teta por la calle...
Desde luego ha sido lo más cómico que nos ha ocurrido en tantos años de carnaval.
El Selu.
Mercedes
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